El crítico inglés repasa la carrera de la arquitecta iraquí,
la autora de una obra que pasó de tener el rótulo de "inconstruible"
a ser un emblema de las ciudades asiáticas
Hace diez años, era la arquitecta que no conseguía construir
nada. Ahora, desde el centro acuático Olímpico hasta la nueva galería
Serpentine en el centro de Londres, desde Beijing hasta Baku, hay edificios de
Zaha Hadid por todas partes. Pero ella divide las opiniones: es un genio, dicen
algunos, en tanto otros la critican porque perdió contacto con sus ideales
originales.
Decir que divide aguas es expresar las cosas con mucha
suavidad. Para algunos, entre los cuales se cuentan varios colegas arquitectos
con los cuales hablé, es una tirana; su trabajo es “increíblemente arrogante” y
“opresivo; no creo que le importe cómo es estar dentro de uno de sus
edificios”. Para otros, es un genio, y una heroína, el único punto en común que
tienen todas estas visiones es una observación hecha en una oportunidad por su
mentor, Rem Koolhaas: “es un planeta en su propia órbita inimitable”. A decir
verdad, es todas estas cosas, y más. Pone a prueba a todos –a su personal, a
sus clientes, a los usuarios de sus edificios, y a ella misma- y ofrece un
acuerdo tácito. Si usted sobrevive a todo esto, haré algo fantástico, y usted
podría ser partícipe de eso, es más o menos el planteo, y la opinión que tienen
todos de ella depende de la parte del acuerdo que más experimentan.
La rápida expansión de su estudio tiene varias causas, entre
otras, su determinación de perder su rótulo de “inconstruible”. Es,
principalmente, una consecuencia del boom de los edificios “emblemáticos” de
los 2000, cuando se pensó que la arquitectura espectacular podía obrar milagros
regeneradores para las ciudades y las empresas que la compraba. Hadid, tan
extraordinaria en su personalidad como en su arquitectura, es la arquitecta
emblemática perfecta. Es coleccionable pese a que sus diseños de muebles tienen
precios asombrosos. Cuando el dinero se desvaneció en occidente, los países
asiáticos y petroleros tomaron la posta. Sus edificios anteriores tienden a
estar en ciudades europeas o estadounidenses inseguras respecto de su dinamismo
urbano –Wolfsburg, Leipzig, Estrasburgo, Cincinnati, las afueras de Basilea.
Ahora es popular en China, Rusia, Azerbaiján y Arabia Saudita.
Su temperamento provoca miedo, pero también inspira
admiración. Si muchos arquitectos importantes parecen robóticos, ella es humana
–divertida, franca, sin miedo a mostrar sus emociones, a veces propensa a decir
algunas malas palabras. Aaron Betsky, escritor, director de museo y un viejo
amigo, dice: “Se preguntan cómo alguien puede trabajar para ella, teniendo en
cuenta que puede ser una supervisora severa, pero también puede demostrar una
lealtad y un apoyo increíbles, y pasión por lo que hace”. Trabaja mucho desde
su época de estudiante, a veces sucumbiendo a enfermedades. No se casó ni tuvo
hijos aunque niega que haya sacrificado la vida familiar por su trabajo. “Estoy
segura de que podría haberme arreglado”, dijo en 2008.
Abundan las historias de su ampulosidad, como despachar una
asistente desde la Bienal de Arquitectura en Venecia hasta su departamento en
Londres para que le trajera los zapatos que quería usar en una fiesta
particular, pero también puede tener los pies sobre la tierra. En vez de ocupar
una habitación exclusiva, prefirió durante años sentarse entre las mesas de la
vieja escuela que es su estudio, dando instrucciones a su personal. Ha
demostrado coraje, entre otras cosas superando los obstáculos reales de ser
mujer y árabe en un negocio blanco y masculino. Se viste en forma espectacular,
sin inclinarse nunca por las chaquetas y los cortes de pelo masculinos con los que
algunas mujeres en su profesión intentaron cruzar de contrabando las barreras
invisibles de su género. Su metodología fue derribarlas.
El amor no es universal, empero. El Centro de Protección del
Patrimonio Cultural de Beijing, por ejemplo, declaró que está “escandalizado”
de que el desarrollo inmobiliario de negocios y oficinas Galaxy Soho de Hadid
haya recibido un premio del Instituto Real de Arquitectos Británicos (RIBA). En
tanto la presidenta de RIBA, Angela Brady, elogió “el nuevo pensamiento visionario
sobre temas urbanos”, el grupo de protección del patrimonio lo definió como “un
ejemplo típico de la destrucción de la ciudad vieja de Beijing”. Ha sido
criticada por su proyecto de Baku, un trofeo creado para un régimen conocido
por sus abusos en materia de derechos humanos, y por sus desalojos forzosos de
propietarios de casas para dar lugar a nuevas urbanizaciones. En este caso, por
lo menos cuenta con la compañía de Lord Foster y Rem Koolhaas, que diseñaron
monumentos comparables para los gobernantes opresores de Kazajistán y China.
Estadio de Tokio
Detrás de estas historias se repiten los interrogantes:
¿acaso su éxito, sus asociaciones con los poderosos, su esplendor significan
que está perdiendo contacto con las complejidades y las contradicciones que
antes formaban parte de su trabajo? ¿Corre el riesgo de favorecer lo
espectacular para excluir las sucias realidades de las ciudades, por las que
antes manifestaba interés? Si ha sido dominante/generosa, y grandiosa/práctica,
¿se impone ahora la primera parte de estos pares?
Hadid sigue estando adelantada a su tiempo y continúa siendo
sensible a las demandas sociales emergentes, en el sentido de que el mundo se
está convirtiendo en una serie de concentraciones de riqueza y poder, lo cual
se expresa a través de trofeos singulares ostentosos. En este sentido, su
trabajo responde a la realidad. Pero difiere de los ideales que solía expresar,
o de sus mejores logros. Siempre ha habido conflicto, o tensión entre su yo
artístico y su espíritu público, justamente lo que la volvía interesante, pero
este último resulta cada vez más difícil de ver.
Fuente: clarin
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